La flora en las Tetas de Viana
Cuando uno camina hacia las Tetas de Viana lo hace acompañado por la encina y el quejigo. Entre otras muchas especies con las que comparten sus terrenos. Todas juntas forman los amplios bosques mediterráneos en los que uno puede perder su mirada al subirse a lo más alto de la llamada Teta Redonda.
El bosque mediterráneo predomina en la Península Ibérica y alberga a multitud de especies animales y vegetales, lo que supone un rico ecosistema que debemos proteger para conservar este legado de la naturaleza que ha ido creciendo y evolucionando durante siglos.
El viajero transitará el encinar, donde reina la encina (Quercus ilex), con sus hojas perennes, de color verde grisáceo y levemente dentadas. El encinar puede ser llamado también "carrascal", cuando los árboles presentan un menor tamaño. En este tipo de bosques habita el gato montés, el jabalí, la gineta y el zorro, entre otras muchas especies que se sirven de los frutos del monte para su subsistencia. También el hombre encuentra, desde hace siglos, sus recursos en el encinar. Madera, leña, caza e incluso pastos para el ganado, en el caso de las dehesas.
Y, si en el encinar reina la encina, en el quejigar lo hace el quejigo (Quercus faginea). Este árbol, "primo-hermano" de la encina, se diferencia por el color amarillento que adquieren sus hojas a lo largo de otoño e invierno. Otro elemento diferencial es su carácter caducifolio, lo que hace al quejigo perder sus hojas con la salida de nuevas yemas. Además, los quejigares prosperan en suelos más profundos y frescos, generalmente en zonas de umbría, con temperaturas más bajas. Conviene aclarar a los excursionistas más nóveles que las bolas marrones que observará en las ramas del quejigo no son sus frutos, ya que el fruto del quejigo (como en la encina) es la bellota. Esas bolas se llaman agallas y son consecuencia de la picadura de un pequeño insecto que pone sus huevos en los brotes jóvenes. Sin embargo, que no sean el fruto no significa que no tengan utilidad, pues, al menos en el pasado, sí que la tuvo. Se usaban para curtir pieles, fabricar tintas y colorantes e incluso como astringente.
Entre los compañeros más fieles que podemos observar en los bosques que recorreremos se encuentran:
El Pino negral (Pinus nigra ssp. lariceo), árbol perennifolio de hasta 30 m (o incluso algo más), con hojas en forma de acículas agrupadas de dos en dos, esbeltas, verde-grisáceas, blandas y flexibles. Sus piñas son pequeñas, de entre 4 y 8 cm de largo, con un rabillo muy corto o sin él.
La Sabina albar (Juniperus thurifera), árbol perennifolio de hasta 20 m de altura, con copa estrecha cónica o redonda. Hojas verdes o verdes-grisáceas, imbricadas, en forma de tejadillo. Frutos con forma globosa y de pequeño tamaño, pardos primero y casi negros cuando maduran.
El Enebro albar (Juniperus oxycedrus), arbusto perennifolio de 2 a 6 m. de altura, con hojas espinosas, frutos globosos o elípticos de consistencia carnosa y color rojizo-amarillento.
El Olivo o Acebuche (Olea europaea ssp. oleaster), árbol pequeño perennifolio de 1 a 3 m. de altura. Con ramas espinosas en su extremo y hojas simples, opuestas y persistentes de consistencia y de forma oblongo-lanceoladas. Su fruto es una drupa, la aceituna o acebuchina, carnoso y con un hueso en su interior, que al madurar pasa del verde al violeta o negro.
Otras especies que también se podrán divisar son el Aladierno, el Majuelo, el Boj, la Cornicabra, el Espino o la vegetación rupícola, adaptada a la rocosa verticalidad. Todas ellas harán del camino un verdadero museo sobre la vegetación mediterránea en el que el viajero podrá detenerse para observar detenidamente toda su belleza.
​